viernes, 27 de enero de 2012

Europa y el futuro del Estado de bienestar


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Carlos Fortín
Fundación Chile 21 e Instituto de Estudios del Desarrollo, Universidad de Sussex, Reino Unido.
Mark Twain escribió una vez: “La noticia acerca de mi muerte fue una exageración”. Bien podría decirse lo mismo del Estado de bienestar en Europa. Su muerte viene siendo anunciada desde hace ya bastante tiempo, y sin embargo los anuncios siguen pareciendo prematuros.
Inicialmente, el argumento de los que anunciaban el fin del Estado de bienestar era demográfico y de mediano plazo: el envejecimiento de la población resultante del aumento de la esperanza de vida produciría un crecimiento del número de la población pasiva comparado con la fuerza de trabajo activa que financia el sistema, situación que se haría crecientemente insostenible.
Una visión muy extendida en la actualidad es que esta contradicción interna creciente del Estado de bienestar sería un factor determinante de la actual crisis de la deuda europea. Ésta, a su vez, estaría precipitando el colapso del Estado de bienestar al poner en evidencia el alto grado de irresponsabilidad fiscal de los gobiernos del continente, su virtual insolvencia y la necesidad imperiosa de reducir drásticamente las prestaciones sociales del Estado de bienestar.
Lo que viene por delante es, por consiguiente, un largo, complejo y difícil proceso de ajustar el Estado de bienestar  a las nuevas realidades de la demografía y de la globalización. El proceso puede tener costos sociales y económicos importantes. Es lo que ya está sucediendo en Grecia, España o Italia en que el problema de la deuda es más agudo. Pero su objetivo final no es el certificado de defunción del Estado de bienestar, sino su reinvención como un modelo que combine modernidad y eficiencia con los consensos básicos que son el fundamento ineludible de la convivencia democrática.
En las palabras de un documento del influyente think-tank de la extrema derecha norteamericana, la Heritage Foundation, “el Estado de bienestar socialista (o “social demócrata”) de Europa se está desmoronando bajo carga de una deuda insostenible. No hay ninguna posibilidad de que los políticos europeos puedan cumplir con entregar los muchos, costosos y desfinanciados derechos sociales que han prometido a sus ciudadanos”.
La tesis parece plausible, y ciertamente ha permitido a los defensores del modelo neoliberal, que estaban bajo fuerte ataque después de la crisis financiera de 2007-2008, retomar la ofensiva denunciando el fracaso del “socialismo”. El problema es que es empíricamente falsa y conceptualmente simplista.
Es empíricamente falso que el Estado de bienestar sea la causa principal de la crisis de la deuda europea. Como indica el Premio Nóbel de Economía, Paul Krugman, en un artículo publicado en noviembre pasado, en Europa “las naciones que están ahora en crisis no tienen un Estado de bienestar más grande que las naciones que están bien, si algo sucede es que la correlación va en la dirección contraria. Suecia, con sus famosos altos beneficios sociales, tiene un desempeño económico estelar, uno de los pocos países cuyo PIB ahora es más alto que antes de la crisis. Por otro lado, antes de la crisis, el ‘gasto social’ —gasto en programas del Estado de bienestar— como porcentaje del ingreso nacional, era más bajo en todas las naciones que ahora están en dificultades que lo que era en Alemania, para qué decir Suecia”.
Es cierto que, los gastos sociales excesivos pueden haber sido un factor agravante en algunos casos, como tal vez el de Grecia (aunque aún allí hay otros factores igualmente importantes, como el elevado gasto militar en el período 1997-2003); pero los datos empíricos demuestran que la crisis de la deuda europea en su conjunto es función de problemas de gestión monetaria y de las dificultades del euro, y no de la existencia del Estado de bienestar.
Pero hay un error más profundo en la visión de la Heritage Foundation. Es su extremo simplismo. El Estado de bienestar europeo moderno no es solamente un conjunto de políticas económicas y sociales. Es la expresión de un pacto social en que, en los albores de la post-guerra, los grandes actores económicos, sociales y políticos -empresarios, trabajadores, partidos y movimientos, grupos ocupacionales varios, organizaciones cívicas- reiteraron su voluntad de compartir los beneficios y los costos de la reconstrucción económica y social y de la convivencia democrática. Es un pacto de legitimación de las instituciones y las estructuras de la sociedad. Un abandono radical del pacto expresado por el  Estado de bienestar sólo es concebible si la sociedad puede arribar a un nuevo consenso fundacional y legitimador. En Europa éste no parece que pueda ser en ningún caso la ideología individualista y atomística del neoliberalismo.Y por ahora no ha emergido otra racionalidad que pueda servir de base a un nuevo consenso social europeo.
Lo que viene por delante es por consiguiente es un largo, complejo y difícil proceso de ajustar el Estado de bienestar  a las nuevas realidades de la demografía y de la globalización. El proceso puede  tener costos sociales y económicos importantes. Es lo que ya está sucediendo en Grecia, España o Italia en que el problema de la deuda es más agudo. Pero su objetivo final no es el certificado de defunción del Estado de bienestar, sino su reinvención como un modelo que combine modernidad y eficiencia con los consensos básicos que son el fundamento ineludible de la convivencia democrática.

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